Mejor no meterse / Jesús Silva-Herzog Márquez
¿Golpeo sin misericordia a un hombre indefenso si me atrevo a sugerir la responsabilidad del alcalde de mi ciudad en hechos horrendos? ¿Pateo, descuartizo, quemo a un hombre hasta la muerte si lo acuso de fomentar la incivilidad con terribles consecuencias? ¿Me uno en este artículo a un remolino de odios que descarga su furia y su apetito de venganza contra un hombre inerme?
La crítica no podrá ser tachada como un acto criminal. Tampoco puede ser descalificada por un gobernante que pretende la despolitización de actos gravísimos. Ejercer la crítica es obligación de un crítico, empezando por la crítica de aquellos que no solamente se consideran indestructibles sino que actúan con la arrogancia de los infalibles. Sostengo que los actos monstruosos de la semana pasada no son simplemente resultado de la negligencia de las autoridades policiales -de la Federación y de la capital, subrayo- sino la escenificación trágica de la filosofía política del hombre que gobierna la Ciudad de México y que quiere gobernar al país. El guión de San Juan Ixtayopan lo ha redactado Andrés Manuel López Obrador desde que asumió el gobierno del Distrito Federal. El criterio de justicia ha de colocarse por encima de los fastidios de la ley; el pueblo tiene siempre la razón; aplicar la ley con prontitud es ejercer la represión de los dictadores. "No asesinamos a nadie", dijo un vecino de San Juan Ixtayopan aquella noche. "Hicimos justicia". ¿Citaba a López Obrador? Seguía, sin lugar a dudas sus enseñanzas. ¿Por qué confiar en jueces corruptos si nosotros, que somos el pueblo, tenemos siempre la razón? ¿Por qué seguir los caminos lentos y tramposos de la ley si podemos dar una lección justiciera en este instante? En Tláhuac se ha puesto en escena un adelanto de la filosofía política de Andrés Manuel López Obrador. Ahí están las recomendaciones del predicador: la justicia que olvida la ley y el pueblo que no admite freno.
López Obrador no ha sido ambiguo. Lo dijo en el primer caso de este tipo que enfrentó como jefe de Gobierno. En julio del 2001, un hombre que, al parecer, robaba la iglesia de Santa María Magdalena, en Tlalpan, fue capturado por los vecinos, quienes lo mataron a golpes. De inmediato, el alcalde pidió comprensión por los asesinos. El crimen no era condenable. Debíamos entender el universo cultural del homicidio. "El caso hay que verlo, decía el gobernante convertido en antropólogo paternalista, en lo que es la historia de los pueblos de México. Es un asunto que viene de lejos, es la cultura, son las creencias, es la manera comunitaria en que actúan los pueblos originarios". El asesinato como digna expresión cultural del México profundo. El linchamiento como una admirable respuesta de una comunidad que se une para defender lo suyo. Un acto cívico. Lo ha dicho muchas veces y de muchas formas don Andrés Manuel: delito es lo que cometen los banqueros; lo que hacen los pobres es cultura o autodefensa. López Obrador siguió su explicación de lo acontecido en Tlalpan dando una instrucción clara para el futuro. "La lección, decía él, es que con las tradiciones del pueblo, con sus creencias, vale más no meterse". No hay que meterse con las tradiciones del pueblo, decía el jefe de Gobierno. Y sus subordinados lo han escuchado. No actuaron para defender a dos hombres que fueron lentamente asesinados por una muchedumbre.
El jefe de Gobierno lo dijo con toda claridad hace tres años: no hay que meterse con las tradiciones de un pueblo -aunque se pierdan vidas. Ésa era, a su juicio, "la lección" de la historia. Sus colaboradores siguieron puntualmente sus instrucciones hace unos días cuando resolvieron no estorbar a una muchedumbre que actuaba como brazo vengativo de un pueblo. El secretario de Gobierno del Distrito Federal, siguiendo las enseñanzas de su jefe, nos pedía precisamente en estos días que consideráramos que el pueblo de Tláhuac tenía usos y costumbres peculiares. ¡Qué insultos se profieren a nombre la cultura! Lo que no merece más que una condena sin pliegues es considerado como un curioso hábito colectivo. Si el gobierno capitalino pide esa consideración cultural es porque rechaza la criminalización de los crímenes. Y, por otro lado, exige que no se politice lo político. López Obrador llama a no politizar el caso. Pide que no polemicemos. Peticiones absurdas: no podemos dejar de examinar políticamente un hecho político. Existe una conexión evidente entre su pedagogía política y la desgracia reciente. Es por eso que podemos válidamente pensar que la policía capitalina no se metió a salvar la vida de tres hombres porque concluyó que era mejor dejarlos morir.
Pero el jefe de la policía de la ciudad argumenta con orgullo que cumplió con su deber. Sus explicaciones son, por lo menos, incoherentes. Por una parte argumenta que la policía no auxilió a los raptados por una simple imposibilidad física: la distancia y la orografía retrasaron el salvamento. Por otra parte, confiesa públicamente razones de cálculo: no rescatamos a los policías secuestrados porque eso habría generado un enfrentamiento. El hecho concreto es que nuestras policías tuvieron la prudencia de llegar cuando no tuvieron que enfrentar a nadie. Llegaron tranquilamente, una vez que la muchedumbre se había disuelto. Confirma esta decisión de no confrontar a la muchedumbre el regaño del jefe de Gobierno a la delegada de Tláhuac por arriesgar su seguridad enfrentando a los ixtayopenses. No arriesgarse es la divisa. Nuevamente, se trata de la puesta en acto de una idea que ha defendido insistentemente López Obrador: bajo ninguna circunstancia su gobierno se enfrentará al Pueblo: voz de Dios, palabra de la Historia. Es preferible dejar morir a dos hombres que arriesgar la imagen del beato.